Esta era la tercera vez que mis ojos volvían a ver el espectáculo visual de este país. Poco más de un año he aguantado en volver a ir a disfrutar de los vientos, del frío, de la mar embravecida y de las cascadas medio sólidas medio líquidas, todo en una inmejorable compañía. Un viaje a Islandia, sea fotográfico o no, siempre es el inicio para un nuevo viaje.

En esta ocasión, a pesar de ir con un listado de los sitios clásicos para ver, fotografiar y sentir, me he interesado por otros sitios que, en base a viajes anteriores o consultas cartográficas, tenían pinta de ser interesantes fotográficamente. Además de ese listado (clásico y no clásico), en esta ocasión cierta improvisación acompañó el viaje. Para ello, el señor coche de cheapjeeps.is ayudó y mucho. Todos los caminos que salían de la «Ring Road» a lado y lado parecían llamar nuestro nombre… y de esta forma, para a parada, camino a camino, la improvisación nos llevó a sitios en los que mejor no quedarse sin gasolina y sin batería en el móvil.

Tal vez, esta improvisación en las localizaciones se deba a que este año todas las «atracciones» estaban realmente abarrotadas de gente. Fuese la hora que fuese, autocares y más autocares llegaban liderados por el guía turístico de turno provisto con una banderita islandesa y un cartelito en el que, con letras bien grandes, indicaba la hora de volver al autobús y salir pitando.

Porque los viajes a Islandia son para mi, como los viajes de estos cisnes trompeteros. A penas se van, ya etán pensando en el momento de volver a disfrutar de la magia de los paisajes de este, cada vez más, popular país.